– Me duele aquí.
– ¿Desde cuándo, cuándo, cuánto, en qué circunstancias, cómo encuentra alivio…?
Está claro que son preguntas básicas, necesarias. También hay otra pregunta clásica, necesaria, pero que no siempre se hace y generalmente sorprende al preguntado:
– ¿A qué lo achaca? ¿Lo relaciona con algún evento? ¿Cómo imagina el lugar doliente? ¿Cree que es un problema muscular, óseo, articular? ¿Qué es el dolor?…
La pregunta de ¿a qué lo achaca? es un filón informativo, con múltiples derivaciones. Muchas veces el padeciente no quiere gastar su tiempo ni dinero en debates estériles y exige la puesta rápida en acción del remedio, la solución… la terapia.
Una vez recogidos los datos de la propiedad privada del dolor el profesional debe extraer, explorando, los suyos sobre el estado del espacio corporal sobre el que el cerebro proyecta la percepción dolorosa y otros de cualquier otra zona potencialmente informativa.
– ¿A qué lo achaca?
Esta vez es el padeciente quien hace la pregunta. El profesional expone su hipótesis, su idea de cómo andan los tejidos sobre los que el cerebro ha proyectado su evaluación. Antes era el cerebro del padeciente y ahora el cerebro del profesional…
– En mi opinión…
Manos (o fármacos, consejos, explicaciones, pedagogías…) a la obra…
El mundo del dolor, en ausencia de daño relevante obvio, es complicado. El cerebro actúa de memoria. Proyecta sus percepciones cuando y donde lo dicen sus circuitos predictivos, evaluativos. Los programas están preparados para activarse antes de la acción. El dolor ya es una acción cerebral acoplada a la intención del padeciente. Sólo basta que éste ejecute lo evaluado como amenazante para que el programa dolor salte a la conciencia. Sucede lo mismo con el Sistema Inmune. La alergia al polen está memorizada. Para que aparezca la inflamación sólo hace falta el polen. A veces basta, incluso, con ver una imagena con gramíneas…
Desatado el dolor o los estornudos polínicos el padeciente busca la conducta del alivio, también memorizada en el sistema de recompensa…
En la inflamación alérgica, es decir, en la inflamación sin daño relevante, no reactiva sino proactiva, siempre hay un error evaluativo. Otra cosa es que podamos disolverlo. Probablemente no y debamos ofrecer alivio sintomático. Nuestra acción terapéutica será bienvenida y bendecida legítimamente. No tiene sentido mantener el sufrimiento estéril y perjudicial.
En la alerta nociceptiva, es decir, en la sensibilización sin daño relevante, no reactiva sino proactiva, siempre hay un error evaluativo. Otra cosa es que podamos disolverlo. Probablemente sí y debemos intentarlo. Disponemos de información del ¿a qué lo achaca? Si el padeciente no quiere saber nada de achaques mentales sobre achaques físicos sabemos que los esfuerzos pedagógicos serán rechazados y, quizás sea más práctico (a corto plazo) proceder a aplicar remedios esperados…
– ¿Cómo le va?
– Bien. Mucho mejor
– ¿A qué lo achaca?
Y vuelta a empezar…
No veo por qué las reflexiones deban ser distintas cuando hablamos del Sistema Nervioso en vez del Sistema Inmune. Si hay un error evaluativo hay que tratar de disolverlo. El aire con polen dispara la inflamación. Podemos tratar de despolinizar el aire, bloquear la respuesta alérgica o desensibilizar el error aplicando vacunas… La acción (equivalente al aire con polen) puede disparar el dolor. Podemos tratar de evitarla, suavizarla, reconducirla, bloquearla con acciones que reorganizan (con resultado de analgesia) el sistema nociceptivo o desensibilizar los sistemas de memoria del dolor reorganizando expectativas, creencias y achacamientos diversos… Es el equivalente a las vacunas desensibilizantes…
– ¿Qué opina? ¿A qué lo achaca?
– Tiene varios problemas en el cuello… No se preocupe. Notará alivio…
La evaluación viene y va del padeciente al profesional y de este hacia el padeciente. El achacamiento al entrar a la consulta saldrá reforzado o debilitado. El dolor también saldrá reforzado o debilitado. No tiene por qué haber coherencia entre el acierto del alivio y el de la evaluación.
– Estoy mejor. Me duele menos. Tengo el cuello sensible, vulnerable. Es el ordenador, la postura…
El padeciente gana en analgesia. La evaluación pierde. Se sensibiliza más si cabe.
No siempre lo teóricamente correcto está a nuestro alcance en la práctica pero cuando teorizamos sí está a nuestro alcance ser estrictos con lo que realmente está pasando en el organismo. Debemos cuidar nuestras evaluaciones con el conocimiento en profundidad de la trama celular del dolor (moléculas, células, matriz extracelular, nociceptores en alerta, sistemas de memoria predictiva, sistema de recompensa, premotricidad…) y una vez conocida la trama evaluativa concreta de cada padeciente proceder, en conciencia, a actuar en la dirección que cada cual considere.
¿A qué achaca cada uno el dolor propio y ajeno?
No lo sé. Buena pregunta…
– Pregunte…