Podemos imaginar cualquier realidad, representarla en la mente. Acciones, percepciones, emociones… Basta con darnos la orden. Caras, paisajes, olores, músicas, sentimientos, dolor, placer, acciones… Cuando imaginamos algo aparece en la consciencia una débil y fugaz muestra de esa realidad que hemos hecho presente.
Los contenidos de la imaginación requieren actividad neuronal. Lo imaginado no procede de un universo inmaterial, espiritual, incorpóreo. Para imaginar hay que activar circuitos, liberar neurotransmisores, consumir energía. La imaginación es una función somática, una más.
Imaginamos con un grado de consciencia variable, con más o menos control de la voluntad. No somos los dueños del proceso imaginativo pero podemos controlarlo, hasta cierto punto.
Habitualmente el proceso imaginativo está protegido como tal. Las conductas que se generarían si lo imaginado estuviera sucediendo realmente, están bloqueadas. Cuando el cerebro simula lo real paraliza al individuo.
La frontera entre imaginación y realidad no es insalvable. Podemos imaginar que nos da un infarto de miocardio. Probablemente nada va a suceder en el momento que lo imaginamos. No tiene sentido que se activen las alarmas. No tiene sentido que duela el pecho. No, no tiene sentido pero… hay veces que duele como si estuviera produciéndose el ataque cardíaco.
El contenido de la imaginación tiene un nivel de plausibilidad variable. Puede llover, puede tocarnos la lotería, podemos tropezar y caer, se nos puede olvidar algo importante, puede dolernos la cabeza… El cerebro anticipa posibilidades y acopla un tono emocional variable al proceso imaginativo. A veces convierte lo posible en altamente probable, aquí y ahora… Ya lo imaginado no discurre como un ruido mental de fondo sino como un apremio, un toque de atención, un desasosiego que presiona al individuo a actuar como si…
Mientras el cerebro simula realidades posibles lo real fluye por su lado aportando estímulos que llegan a las áreas de procesamiento y mantienen los pies en el suelo. Lo imaginado y lo sensado compiten por llevarse el gato de la consciencia al agua. Juntos pero no revueltos.
No siempre manda el sentido común, los inputs sensoriales que debieran garantizar que nada de lo imaginado va a suceder. Gana el cerebro imaginador… y puede perder el individuo, su agenda de proyectos para ese momento y lugar.
El cerebro imagina daño inminente…
– Me duele…
El dolor tiene esa fuerza de convicción especial. Consigue que el individuo actúe como si…
El dolor está acoplado evolutivamente a las incidencias de posible daño necrótico (muerte violenta) celular, un suceso posible y poco probable pero capaz de calentar los cascos imaginativos y activar el fuego especulativo liberando más química neuronal de la que exige la imaginación y haciendo que los circuitos que imaginan pierdan la contención, el freno.
Cuando el dolor surge del apremio cerebral imaginativo el individuo debe guardar la calma, no dejarse llevar de los bulos culturales, imponer la sensatez de la confianza en el recinto interno, en la biología, en las garantías de la integridad física de los tejidos…
No son imaginaciones… Es la imaginación, una función neuronal, somática, siempre presente, siempre peligrosa si se desboca y confunde lo posible con lo probable, lo inminente, lo consumado…
Controle la imaginación cerebral. No están los tiempos informativos como para dejarla a sus aires…
Uno de los grandes problemas que afectan al ser humano es la imaginación desbocada. A menudo trabajo en con muchas personas a las que les cuesta situarse en el aquí y el ahora y pasan buena parte de su vida en otros mundos imaginativos en los que suceden cosas terribles que, en muchas ocasiones no tienen ninguna posibilidad de suceder.
Se da por cierto algo que no existe ni ha existido nunca y se recrea, se siente , se piensa y se vivencia como si fuese real.
En el dolor cróniico sin daño ocurre exactamente lo mismo. Los padecientes de migraña se pasan la vida buscando pistas que les puedan librar de algo que sucederá irremediablemente, intentando controlar a través de evitaciones y búsquedas de remedios algo que les parece incontrolable. Se adquiere tal vulnerabilidad ante esta situación que uno se queda,al final del camino de peregrinación terapeútico, como el pobre perro de Seligman (el gran autor de la indefensión aprendida) en un rincón sin hacer nada, rendido ante la falta de control y en un estado de vulnerabilidad absoluta.
Solo podremos acabar con ese estado de vulnerabilidad desarmando la creencia que subyace de fondo, racionalizando, aprendiendo, abriendo bien las orejas, no evitando, probando a propósito cosas que nos dan miedo, rechazando las etiquetas, los discursos pobres de contenido y sin explicación, manteniendo un diálogo con nuestro cerebro , nutriéndole de información relevante, cierta y dándonos cuenta de que todo lo probado hasta el momento no nos sirvió de nada, sólo nos limitó en extremo la vida.
Como siempre, gracias. Es un placer leerte.
Un abrazo.
Sol del Val: como siempre, el placer es mío al leer tus comentarios, con el valor añadido del testimonio de alguien que conoció el infierno de la irracionalidad migrañosa. Se siente rabia e impotencia a la hora de intentar desactivar esa maraña de tópicos diagnósticos y “terapéuticos” que conforman el despropósito cerebral del dolor crónico. Profesionales y padecientes siguen aferrados a sus cogniciones y conductas contribuyendo inconscientemente a estructurar el problema reforzando los circuitos del error.
Un abrazo.
Muy interesante su artículo.
Gracias por compartir.