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>La química de las palabras

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En los estudios sobre placebo-nocebo se indica a los voluntarios que se les ha aplicado una crema que va a disminuir o aumentar el dolor producido por estímulos dolorosos (lasser, p.ej).


La palabra “disminuir”, acoplada a la crema inerte, alivia el dolor a un porcentaje de ellos mientras que la palabra “aumentar” intensifica la sensación dolorosa.


¿Qué tiene de mágico la palabra “disminuir” para inducir una serie de cambios químicos en el complicado circuito del dolor? ¿Cómo consigue poner en danza endorfinas, serotoninas, noradrenalinas, glutamatos, sustancia P y un largo etcétera…?


¿Qué energía negativa contiene la palabra “aumentar” para hacer que la crema inerte se transforme en un activador químico de los neurotransmisores de la percepción de dolor, justo en sentido opuesto al de la palabra “disminuir”?


Basta aplicar el antagonista de las “endorfinas” (opiáceos endógenos), la naloxona, para que (en gran parte) la palabra “disminuir” pierda su eficacia.


Si a los analgésicos les quitamos las palabras, si los administramos de forma oculta, sin notificar que lo estamos haciendo, apenas hacen nada.


Las palabras modulan la química neuronal, la encienden, aceleran, estabilizan, desestabilizan, frenan y/apagan.


– No me convence. Total no hace mas que hablar. Perdí la mañana. Necesito una solución, que me manden algo para el dolor.


Homo sapiens (ma non troppo) vive entre palabras. El ronroneo verbal no tiene respiro. La química del dolor (en ausencia de daño) es la química de las palabras, de las expectativas y creencias.


– El dolor aparece porque el cerebro cree que existe peligro. En su caso creo que está equivocado.


– Y ¿cómo podemos eliminar el error?


– Con palabras, con argumentos, con información…


– ¿Así, sin más… sólo hablando?


Hay un diálogo continuo entre el cerebro y el individuo. A veces es tan rutinario que ni siquiera nos damos cuenta. En cada episodio de dolor el cerebro habla con el individuo.


Como sucede con las conversaciones “reales” puede haber acuerdo o desacuerdo entre los interlocutores.


– Usted está de acuerdo con su cerebro alarmista y le refuerza los temores. Obedece sus consejos. Apaga el ordenador, se mete a la habitación a oscuras y se toma el “calmante”.


La dinámica de la conversación es la de los bulos: “dicen que…” “¡ya lo he oído!… por lo visto…” “¡no me digas…!”


El individuo debiera desbaratar la inquietud cerebral de que algo terrible (necrosis) va a suceder en la cabeza.


– Anda cerebro… apaga la alarma. Porque haya salido viento Sur no va a infectarse, quemarse, desgarrarse ni corroerse nada… No hagas caso de las habladurías


– Preferiría que no salieras de casa y te quedaras en la cama, con el calmante… me han dicho que el viento Sur…


– Hazme caso. Estáte tranquilo. Vuelve a ponerme la química del “no hay peligro”. Suelta la endorfina y la dopamina, que necesito preparar el examen…


Las habladurías son peligrosas por su poder de trastocar la química cerebral del sentido común.


– ¿No hay nada para el sentido común? Con los adelantos de hoy en día ¿cómo es que no han sacado nada para que el cerebro acierte en sus decisiones?


– La solución siempre ha estado ahí delante de nuestras narices, o mejor dicho, de nuestros ojos y oídos. El problema es que nos ponemos vendas y tapones…


La solución y la condenación es cosa de palabras, de imágenes…


– Vale… pues dígame algo que me baje la colecistoquinina y me suba la endorfina…


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4 comentarios en «>La química de las palabras»

  1. >Otra vez por aquí, a ver si voy recuperando buenas costumbres, si consigo no dormirme por las esquinas….Llamálo como quieras, Arturo. Llámalo quimica, física, cerebro…Yo lo llamo miedo, esa emoción tan util que se supone está para que tomemos medidas protectoras. El miedo hace que todo lo notemos mas, que seamos mas sensibles, y estemos alerta. Cuando nos tranquilizan, el efecto es el contrario (te va a doler menos…), mengua la alerta, aumenta la seguridad.Saludos.

  2. >Ah las palabras, transmisoras infieles del pensamiento en mayor o menor medida, y algunas veces para bien, aunque las más de las veces nos quejemos de lo contrario. Un saludo.

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