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>Los dedos ven y los ojos tocan

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Los ojos son como los dedos. Palpan la realidad, aunque a distancia. Reciben de ella radiación electromagnética reflejada. Esta radiación modificada por el contacto de la luz con los objetos nos permite interpretar el mundo externo. Los murciélagos no disponen de esa capacidad de lectura a través de la radiación electromagnética y, en su lugar, generan ultrasonidos (el equivalente a un foco de luz) y luego interpretan los objetos por la forma en que esas ondas ultrasónicas son rebotadas. Algunos peces emiten descargas eléctricas que son modificadas por las de sus presas y ello les permite localizarlas.

Homo sapiens (ma non troppo) es una especie visual. Accedemos al mundo tocándolo con los ojos. Somos «voyeurs».

La habilidad para recorrer, palpar, analizar los objetos visualmente es similar en dificultad y precisión a la exigida por un pianista para pulsar las teclas del piano. Los dedos del pianista llegan a las teclas gracias a movimientos auxiliares previos del tronco, brazos, antebrazos y muñecas. Una buena técnica exige una relajación absoluta de todos los segmentos implicados, con un mínimo de acciones musculares y un aprovechamiento óptimo del peso y elasticidad de todo el cuerpo. De esta manera, el ejecutante puede disfrutar de la música sin cansancio ni dolor. Si la técnica es mala aparecen todo tipo de problemas: contracturas, dolor, distonías… y una ejecución imperfecta, limitada. Los dolores aparecen en columna, escápula y hombros, no en mano ni dedos.

Cuando recorremos visualmente una escena nuestros ojos «percuten» cada punto de interés de los objetos. Como sucede con la mano, el ojo debe ser colocado previamente allí. Esa labor se realiza por los movimientos de tronco, cuello y cabeza. Allí se produce la aproximación y, finalmente, los ojos dan el toque de precisión. Si aplicamos una mala técnica aparecen los problemas con cuadros similares a los de los pianistas. Dolor en la espalda, cuello y hombros, pero no en los ojos.

El problema de los pianistas y los mirones no reside en una mala calidad de sus espaldas sino en una mala técnica de ejecución.

El enemigo de los músicos es la tensión psicológica por la incertidumbre de la ejecución, ante el profesor o ante el público, y la mala pedagogía (un profe agobiante-angustiante-amenazante que genera miedo fóbico ante el teclado en vez de disfrute sosegado de la música). Con buena técnica apenas se siente el cuerpo. Sólo música.

El enemigo de los mirones (todos lo somos) es la tensión psicológica por la incertidumbre del dolor y del daño facilitada por mala pedagogía (un profe agobiante-angustiante-amenazante que genera miedo fóbico al movimiento en vez de disfrute sosegado de la contemplación visual del mundo).

El «cervicalismo» impide una visión relajada y placentera de los objetos. Nos llena las camas de ridículas almohadas, nos almidona el cuello, nos intoxica el organismo con supuestos «relajantes» musculares e innecesarios antiinflamatorios, nos estresa con el estrés de la evitación imposible de nuestros benditos estreses y nos somete a disciplinas absurdas y obsesivas de mantenimiento rígido de posiciones envaradas, rectas.

Las manos de los pianistas necesitan buenos profes y los ojos de los mirones también. Afortunadamente, la pedagogía de la ejecución musical ha mejorado considerablemente. El miedo escénico va desapareciendo de las aulas de los conservatorios.

Desgraciadamente, la pedagogía del «cervicalismo» sigue campando a sus anchas y el miedo escénico adquiere caracteres de epidemia. Urge la aparición de una nueva generación de «profes» de la mirada, profes que desactiven el miedo a mirar el mundo por miedo al dolor y daño cervical.

Olvídate de las cervicales y mira el mundo. Deja que la cabeza y el cuello se muevan libre, flexible, elásticamente. No estés tieso como un palo, delante del ordenador.


Disfruta con la música…

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