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>¡A mover el esqueleto!

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Las neuronas aparecen en la evolución de los seres vivos pluricelulares junto a la capacidad de desplazarse activamente por el mundo. Las plantas seleccionaron la estrategia de apalancarse en el suelo, extraer de él agua y minerales y defenderse con corazas, espinas , venenos y “fármacos” y, por ello, carecen de neuronas. Entre los animales, los herbívoros se conforman con comer hierba (una prolongación del suelo), un alimento de baja calidad, y, en cierta manera, son semi-árboles. Pasan quietos la mayor parte del tiempo, rumiando una comida de difícil digestión, tienen pieles gruesas y cuernos. Sólo se mueven para recorrer el pastizal o huir (en manada) del depredador. Los carnívoros derivaron hacia la comida de calidad y cambiaron unas cuantas asas intestinales, necesarias para procesar la hierba, por unas pocas circunvoluciones de más, imprescindibles para explorar el mundo, dar con alimentos de calidad y defenderse de otros carnívoros.


Homo sapiens (ma non troppo) es un omnívoro, come de todo, pero no come hierba. En los tiempos duros de la sabana, valían los tubérculos, los insectos y la carroña junto a esquisiteces ocasionales como la fruta, la miel o pequeñas aves y mamíferos. Más adelante apareció la caza organizada, colectiva, de grandes piezas de carne y, por fin el cultivo de todo, la comida a pie de la guarida. Así, sin darnos cuenta hemos acabado en una estrategia quasi-vegetal: nos apalancamos en nuestras casas y extendemos raíces que llegan hasta el super. Con el mando a distancia de la tele exploramos el mundo e “interactuamos” socialmente. Ya no necesitamos las neuronas para buscar comida y defendernos de los depredadores sino para conseguir dinero y aprecio social.


No necesitamos mover el esqueleto para sobrevivir. En su lugar movemos la mente. Resolvemos las cuestiones, o las complicamos aun más, imaginando la realidad, rumiando y amasando confusamente el pasado, presente y futuro.


A muchos les sobrevive la tendencia ancestral del movimiento y dedican su tiempo libre a correr, saltar, agazaparse, danzar, escudriñar, huir, perseguir, lanzar objetos, explorar. Los viajes, el baile y los deportes calman las pulsiones atávicas de los tiempos de la sabana.


Otros muchos se dejan llevar por los nuevos tiempos del garantismo físico y social, de la comida, cobijo y amparo social disponibles sin gran esfuerzo y permanecen encamados, evitando el movimiento.


La inmovilidad no es solicitada ni deseada. Se sienten doloridos y agotados, sin energía ni ganas. Quisieran sentirse bien para explorar el mundo pero su organismo no parece estar para esas alegrías.


– Me duelen los huesos, doctor.


– Los huesos no duelen


– Pues serán las articulaciones


– Tienen buen aspecto en las radiografías. Son un prodigio de la evolución. No las infravalore.


– No sé…pues serán los músculos…


– Los músculos, si tienen comida y oxígeno y no les pide que trabajen por encima de sus posibilidades, tampoco se quejan


– Entonces serán los dichosos nervios


– El dolor es una queja física. No mezcle los asuntos


– Pues entonces no sé qué pueda ser…


– Es su cerebro. Está desocupado. Ya no necesita organizar el movimiento para sobrevivir y ahora le preocupan las enfermedades, los desgastes. Ha criado miedos. Tiene incluso miedo al movimiento. prefiere verle siempre en casa, en la guarida. Enciende el programa de “como si…estuviera enferma” y así no corre riesgos


– No soy de esas que se queda en casa porque quiere. Si me encontrara bien saldría pitando a la calle a comerme el mundo, pero no me encuentro bien.


– No le estoy juzgando a usted sino a su cerebro. Tiene que hablar con él y quitarle de la cabeza ese miedo a que se descoyunten sus huesos, rocen sus articulaciones, se pincen los nervios, se vengan abajo sus músculos o pille extrañas y misteriosas enfermedades, ocultas y agazapadas en el exterior.


– No le entiendo. Mi cerebro y YO ¿no somos lo mismo?


– ¡Y un jamón!


– Usted me dirá…