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>Immanuel Kant

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Tuve la fortuna de tener por vecino a Vicente Carrión, un profesor de instituto de Filosofía. Un día me dijo que yo era kantiano. 

Tenía dejada de lado la Filosofía desde los tiempos del bachillerato y de Kant sólo recordaba que era complicado entenderlo y la sugerencia ética del imperativo categórico: “actúa solamente según aquella máxima que puedas querer que se convierta en una ley universal” (junto a la versión cómica del examinando que citaba el “aperitivo categórico”).


Me explicó, con sus maneras de buen profesor de instituto, las razones de mi impregnación kantiana: 

Mi convicción de que no captamos la realidad de las cosas de forma pasiva, con nuestros sentidos. Lo que percibimos no son “las cosas en sí”, los noumenos, sino lo que el cerebro-mente construye tras instilar conocimiento a los datos confusos e insuficientes sensoriales, es decir, los fenomenos.

La importancia de ilustrarse, de adquirir conocimiento, para librarse de explicaciones de mercado que favorecen la ignorancia, la superstición y la tiranía. 

!Sapere aude¡  (atrévete a saber) exclamaba Kant en su ensayo ¿Qué es la Ilustración?, reproduciendo al poeta latino Horacio. 

¿Qué cosa en sí es la migraña, cuál es su noumeno?

¿Sabemos algo de ella o es, como dicen, misteriosa?

¿Podemos y debemos ilustrarnos como sugiere Kant o seguimos en la Edad Oscura