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>Erase una vez… las neuronas del dolor

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Todos sabemos que el dolor se produce donde lo sentimos y que desde allí es conducido hasta el cerebro.  


Un clavo en el zapato genera dolor en la planta del pie y este dolor viaja a través de los nervios en forma de señales eléctricas, al igual que nuestra voz viaja por el cable de un teléfono (de los de antes). El micrófono es el artilugio que detecta la voz y la transforma en señal electrónica y los sensores de dolor de los nervios son los que lo detectan y lo convierten también en pequeñas corrientes que viajan por ellos y que, tras varios relevos, acaban depositándolo en el cerebro. Allí está el equipo de sonido que a través de unos auriculares internos lo proyecta al individuo.

La intensidad, extensión y persistencia del dolor están determinadas por la intensidad, extensión y persistencia de la lesión y también por el volumen del amplificador cerebral. Si estamos nerviosos o somos quejicas duele más porque nuestro nerviosismo hace que aumente el volumen del amplificador.

Cada zona del organismo puede sufrir las consecuencias de todo tipo de incidencias (golpes, quemaduras, desgarros, infecciones…). Son los equivalentes de los sonidos desagradables (gritos, lamentos). Día y noche sometemos a nuestro cuerpo a cargas a veces inasumibles y, cuando nos pasamos, protesta generando dolor en la zona maltratada, dolor que es recogido por los sensores y transportado, como siempre, en forma de señales eléctricas. 

Si hemos andado demasiado con un mal calzado se genera dolor en el pie, si hemos estado cargando pesos en la columna, si hemos dormido mal, en los huesos, músculos y articulaciones…

Si duele la cabeza los desencadenantes pueden ser, como ya nos hizo ver Victoria Mena, prácticamente infinitos, desde los cacahuetes hasta la aurora boreal. 

Sabemos que comer chocolate no produce dolor de codo o beber alcohol dolor de pabellón auricular. Cada cosa afecta a un lugar, porque produce su efecto sólo allí, donde puede generar la perturbación. 

El exceso de sonidos, luces, olores y tensiones psicológicas produce lógicamente, dolor de cabeza y no de rodillas pues ojos, narices, oídos y el YO andan por la cabeza y no en las rodillas. 

Cuando algo nos duele nos hacen radiografías para detectar lo que produce dolor y, lógicamente, las radiografías se hacen donde duele. Si no encontramos nada llamativo echamos la culpa a factores externos de reconocida capacidad para perturbar el interior: la humedad para dolor de huesos y articulaciones, comidas pesadas para el dolor de tripas… 

Si no encontramos nada anómalo tomamos un analgésico que es una molécula que tiene la virtud de quitar el dolor, haciendo que, en su viaje al cerebro, vaya perdiendo voltaje la señal y/o reduciendo el volumen del amplificador cerebral. 

Si, a pesar de tomar el analgésico, no se aplaca el dolor, solicitamos «uno más fuerte» y si tampoco tenemos éxito acabamos yendo a Urgencias para que nos pongan «algo en vena». 

René Descartes fué un gran filósofo y matemático del siglo XVII. Se le considera el fundador de la Ciencia moderna. Es el autor del dibujo que ilustra esta entrada. Probablemente fué también el fundador del «localizacionismo» pues situó el amplificador y los auriculares en la epífisis, una pequeña glándula impar situada en la profundidad del cerebro, en la línea media. El motivo de hacerlo allí fué que sólo había una y para lo demás hay dos. 


Todo esto que les he contado es un cuento «chino» pero ha calado profundamente en la mente de profesionales y ciudadanos y todos necesitan que sea verdad, aunque no lo sea. 

Ya lo decía el propio Descartes: 

           «Supondré que cierto genio o espíritu maligno, no menos astuto y burlador que poderoso, ha puesto su industria toda en engañarme»
 

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